Enclavada a lo largo de las soleadas costas del Egeo y el Mediterráneo, Turquía ha sido un bastión del cultivo del olivo durante milenios, produciendo algunos de los mejores aceites de oliva del mundo. Desde las antiguas civilizaciones de Anatolia hasta las tendencias culinarias actuales, el aceite de oliva turco ha sido venerado por su incomparable sabor, sus beneficios nutricionales y sus diversas aplicaciones, dejando una huella indeleble en la gastronomía mundial.
 
 La historia del aceite de oliva turco se remonta a miles de años atrás, con pruebas del cultivo del olivo y la producción de aceite halladas en yacimientos arqueológicos de toda Anatolia. Las primeras civilizaciones, como la hitita y la frigia, reconocían en el olivo un símbolo de paz, abundancia y prosperidad, y cultivaban aceitunas con fines culinarios y ceremoniales.
 
 Durante los periodos bizantino y otomano, el aceite de oliva turco ganó importancia como ingrediente básico en la cocina de Anatolia. Las cocinas otomanas utilizaban el aceite de oliva en infinidad de platos, desde ensaladas y mezes hasta carnes a la parrilla y sabrosos pasteles. Su aroma afrutado, su rico sabor y sus propiedades saludables lo convirtieron en un componente esencial del paisaje culinario, símbolo tanto de la excelencia culinaria como del patrimonio cultural.
 
 Los efectos globales del aceite de oliva turco se hicieron más pronunciados con los avances en el comercio. Los mercaderes otomanos recorrían mar y tierra comerciando con aceite de oliva a lo largo de las antiguas rutas comerciales que conectaban Europa, Asia y África. El aceite de oliva turco llegó a las cocinas de todo el mundo, donde

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